martes, diciembre 24

comprendí que el nosotras era una palabra partida.

Recuerdo el día en el que partiste mi inocencia en dos,
yo tenía un nudo en la garganta y todas esas mariposas
revoloteando en mi estomago con torpeza.
Creía que todo era tan sencillo como plantarme delante de ti
con otra cara y sin ramo de rosas,
pero tú siempre me mirabas por dentro
y yo en el fondo seguía tan asustada
como el día en el que abrí la puerta de nuestras vidas
para salir por ella,
y al cerrarla hice mucho ruido,
tanto que al volver después de meses
lavándome la cara
aún resonaba el eco de aquel 
sonoro portazo.
Y así fue como toda la seguridad 
de que por mas putadas que te hiciera
tú siempre estarías conmigo
se rompió,
y yo con ella.
Después de la noche que no fuimos de concierto
justificaba tu ausencia
con el tiempo,
y te regalaba poemas
que no eran poemas,
poemas que no rimaban con nada,
palabras que jamás leerías.
Te convertí en la espera de lo que nunca llega,
en el invierno más frío,
en el mes más cruel
y en la excusa para seguir con la autodestrucción
y la vida que giraba en torno a mis costillas.
Llegó la primavera y supongo que la gasolina
del dolor se agotó,
y yo sólo pude seguir escribiendo
para ti
hasta que deje de tener razones
para justificar ausencias
y comprendí que el nosotras
era una palabra partida.
Entonces el hielo cumplió su función
de anestesia
y prometí aquello de no volver a regalar besos,
que luego salían muy caros.
Compré un calendario para no mirarlo,
pero siempre estaba en la misma página
para no olvidarlo.
Una mañana de esa misma primavera anticipada
quemé todos 
tus poemas
e invertí mi tiempo
en inventarme una azotea donde tirarle piedras a cupido.
En mi habitación nació un rincón exquisito,
cambié los folios por paredes
y fusionándome con el entorno
empezaron a brotar versos de Abril de mis dedos.
Y entre versos y micro universos 
los finales tristes se convirtieron en finales
eternos,
los finales inconclusos se convirtieron
en preciosos principios.

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Pasé por un cuaderno y me quedé a vivir.