Creo en el que escribe
desde la destrucción más íntima
de una cabeza
volátil,
sin buscar la rima perfecta.
En quien transmite
siendo ese su
principal misterio.
Creo en la poesía
encima de la cama,
y debajo,
con la persiana echada,
la luz apagada,
el lápiz en la mano
y los borrones desenfadados.
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Pasé por un cuaderno y me quedé a vivir.