Su sonrisa tenía cara
de miércoles,
y a mí los sábados
me hacía sentir
más poema
que poesía.
pero le perdonaba
la vida
dos veces
por cada cuatro
rotos,
y cinco por cada
distensión
o torcedura.
Empecé a pensar que me invocaba fuerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Pasé por un cuaderno y me quedé a vivir.