No tengo ese filtro de cartón en el que me secan los labios,
tampoco el calor que me invento y en el que me froto los jueves de este invierno.
Diciembre es el perfecto aniquilador de felicidad y el indiscutible creador de la poesía.
El mes más blanco, dicen,
y yo no veo otro color por aquí que no sea el de esas cabezas grises
que pasean metro arriba,metro abajo,
siguiendo las ruidosas luces que son la senda de todo este consumismo.
No es porque me falte todo lo que un día tuve
que me ponga a cuestionarte Diciembre,
tampoco te comprendía cuando mi casa parecía un hogar
y me sentaba de rodillas a colmar de estrellas el árbol de navidad.
Que si, admito no creer en ti y a la par ciegamente creerte,
porque si no, no dolerías y dueles,
dueles como las pequeñas cosas que vamos almacenando en cajas de recuerdos
atadas con cordones pero sin zapatos.
Dueles como un buen trozo de carbón que te deja los dientes negros
y la gratitud a la altura del talón.
Dueles como cuando dan las doce y se te pasa
porque hace tiempo que dejaste de darle cuerda al corazón.
Perdona, pero,
tengo la excusa perfecta para alargar la tristeza en todas las estaciones.
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Pasé por un cuaderno y me quedé a vivir.