domingo, enero 19

De lo mundano y lo intangible.

Decías que se te ponía
el corazón
duro como una piedra,
cada vez que me iba
cerrando de un portazo la puerta,
con el grito
en el pasillo
y las lágrimas
en el ascensor.
Colgando.
Fui la certera duda,
de que no se puede lamer
un corazón arrugado
sin meter la lengua entre sus grietas,
y sacar las palabras
hechas pedazos.
Nunca una cabeza dolió
de dolerte
tanto,
y quise romper
con todas las dudas
y durezas,
al menos una vez
al día,
cuando la habitación 
se quedaba oscura
y yo sola,
sin la piel
bajo el edredón,
y sin tu lengua en la herida.

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Pasé por un cuaderno y me quedé a vivir.