Yo quería preguntarle
qué cómo lo hacía,
eso de entregarle su vida
a alguien
a sabiendas
de renunciar a la poesía.
No hizo falta.
Me contó
con los ojos abiertos
el puño cerrado
y la sonrisa puesta,
que sucede
cuando conviertes
a alguien en tu verso
perfecto,
y que entonces todo rima.
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Pasé por un cuaderno y me quedé a vivir.