Tenía los ojos marrones,
de esos en los
apetece buscar,
una cara hecha para los interrogantes
que exclamaba mucha verdad.
La sonrisa imperfecta
y las alas mojadas
de tanto verse llover,
olvidar versar
y tropezar en la piedra
una y otra vez.
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Pasé por un cuaderno y me quedé a vivir.