viernes, enero 31

Mis inmortales vías. Vuestros muros

El día que llegué a esta casa
me enamoré
de la palmera
del patio del colegio,
donde cada mañana
escuchaba las risas de los niños.
Tan puros y tan limpios.
Era invierno,
y en mi corazón frío.
Temblor y piedra.
Quise saltar ese muro,
contemplarlo más cerca,
pero llego aquel gato pardo,
subió al tejado,
y me invitó a mirar las estrellas.
Las mañanas eran para ver bailar
la palmera,
me descubría descubriendo
mil colores en ella,
siempre a juego con todas las estaciones.
De madrugada buscaba a Pardo
y salíamos a deformar los astros.
A ser verdad y firmamento.
En silencio.
Añoro la calidez
que me invitaba a tumbarme
sobre el suelo de azotea.
Acumular colillas.
Jugar a ser inmortal.
Esconderme de la vulgaridad
de las gentes que pasean torpes,
metro arriba, 
metro abajo.
Sin pararse a mirar.
Yo os digo,
que mi tropiezo era más real.

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Pasé por un cuaderno y me quedé a vivir.