Yo era una chica invisible por ganas,
que solo llamaba la atención detrás de una pantalla
y que lo fomentaba.
Solía desviar la mirada,
juro que a veces me escocían los ojos
en los tú a tú de miradas,
e incluso se me escapaba alguna lágrima.
La primera vez que tuve un pálpito
lancé mal hacia la diana,
y eso que alguien me avisó
que tenía que apuntar justo al centro,
no sé,
pero se desvió.
Y no fue por falta de ganas.
Aun así puse todo mi empeño
en llamadas
que siempre respondía un buzón de voz,
y en escribir cartas a direcciones
que no aparecían en las páginas amarillas,
ni en las blancas,
ni en la QDQ.
El segundo pálpito sonó como si lanzara
un melón contra el suelo,
y reventara,
con las pipas me rajé la voz,
y aún tuve el valor de arrastrarme
por el suelo
y lamer mis heridas
y su sabor.
Me regocije y empecé a rellenar paginas blancas
con la tinta de un bolígrafo ensangrentado.
Del tercer pálpito,
lo siento,
pero no hablo,
lo estoy sintiendo justo ahora.